Facundo, el toro bravo, llegó un día
a este mundo,
Y siendo aún muy joven, tenía*
escrito su sino.
Así esto se sentía con su mirar
profundo;
Con su carácter manso; con su vivir
divino.
En una ancha pradera, como un buen
animal,
Facundo, sin más prisas, la vida
disfrutaba;
Pues él ya conocía que no era un
semental,
Y con mucha paciencia su fin él
esperaba.
Bajo el sol del verano, con su porte
moreno
Y su corona regia, a este rey de la
Iberia,
Totalmente abstraído, tranquilo y muy
sereno,
Lo enviaron*, sin aviso,
camino de la feria.
Conoce su destino; no así sus
semejantes,
Que tiemblan asustados y esperan su
condena,
Ésa que ellos ignoran con los nervios
punzantes.
Mientras, Facundo resopla y agita su
cadena:
“No sufráis, mis amigos. Ya ha
llegado la hora
Por la que nos trajeron a este mundo
tan cruel.
Lo infesta el ser humano, que hoy en
día lo mora,
Y que, porque lo puebla, se piensa que
es de él**”.
Ya llegan a la plaza, la turba los
espera.
Los toros son muy pocos con tanta gente
junta.
Facundo no se asusta de ninguna manera:
“Son como las hormigas en una
marabunta”.
Facundo está en el ruedo, bajo el azul
del cielo.
Lucha con gran valía con su rival de
oro**,
Que, con su larga daga, muerto lo
arroja al suelo.
Facundo, sí, Facundo, Facundo fue un
gran toro.
* Hay que hacer
diptongo.
** Hay que hacer dialefa.
Son siete serventesios
en alejandrinos, aunque la inmensa mayoría son heptasílabos, ya que
puede hallarse fácilmente la cesura que separa los hemistiquios en casi todos versos
compuestos.